Laura Giagnacovo Nª 636 | 08:00 a 14:00 hs
Dirección:
Belgrano N° 223
Categoria:
Edificios Historicos

Origen

En 1820, los socios Juan Manuel de Rosas, Juan Nepomuceno Terrero y los hermanos Luis y Manuel Dorrego, compraron a don Julián del Molino Torres la estancia Los Cerrillos, situada a pocos kilómetros de allí, verdadero fuerte, además, protegido por fosos y cañones. Allí levantó Rosas su rancho famoso y dio vida a un importante centro ganadero y agrícola, dotado nada menos que con 60 arados.

Rosas era meticuloso y quiso que hubiera una policía de campaña; ese mismo año con más de cien de sus peones y los de varios estancieros más creó un cuerpo de milicianos que se conocería como “Los Colorados del Monte”. De todo eso hoy quedan dos presencias: una es ese escuadrón reaparecido en Monte como formación simbólica en 1979 y al que en 1994 se admitió como guardia de honor del gobernador de la provincia. La otra, ese célebre rancho de Rosas, único exponente en pie de sus pertenencias, cuidado durante más de un siglo por la familia Bemberg, que había llegado a ser propietaria de Los Cerrillos. Es una típica construcción bonaerense de su época; el techo consta de un entramado tipo bambú, con espadaña y atado con tientos de cuero de potro. Tiene paredes de barro y paja, de unos 45 cm de espesor y la planta es de tipo “chorizo”, con cinco habitaciones sucesivas.

Traslado

En 1987, el Rancho de Rosas fue declarado reliquia histórica y donado a San Miguel del Monte por la familia Bemberg, entonces propietaria de la estancia Los Cerrillos. Los Bemberg pagaron el traslado, pionero en Sudamérica, cuya planificación y ejecución llevó varios meses. El Ing. José Blanco, que intervino en la difícil empresa, dice en un artículo del sitio revisionistas que “la palabra rancho, que se asocia habitualmente a una construcción muy precaria, no debe llamar a engaño. Lo que se erguía ante nosotros tenía una solidez y vocación de permanencia que lo asemejaba más a un monumento que a una casilla”.

En el interesantísimo relato cuenta Blanco cómo fue que lo pensaron. “Los norteamericanos ya solían por entonces mover casas enteras, pero en todo lo que conocíamos se manejaban con livianas estructuras de metal yeso y aglomerados, no el mastodonte que teníamos por estas pampas. Además, los recorridos eran cortos, más bien cambios de emplazamiento para despejar espacios”. Y sigue “Hace muchos años que mi madre me enseñó en la entrada de un supermercado que las bolsas pesadas y frágiles se toman desde abajo.

Había pues que descartar de plano grúas tomando al rancho desde arriba. Pero introducir elementos por debajo de los cimientos no era fácil. Resultó claro, además, que había que multiplicar los puntos de apoyo, esto es conseguir un elemento intermedio entre los de izaje y la carga a elevar. Esto nos llevó a concebir una especie de chasis de hormigón armado que copiara por debajo la estructura de las paredes del rancho (debían ser entonces dos vigas longitudinales largas y siete transversales cortas).

La estructura debería ser lo bastante rígida como para tomar y elevar el conjunto sin afectar el rancho en la operación… Esto podía lograrse haciendo a las vigas transversales sobresalir un par de metros e introduciendo bajo sus extremos sendos gatos hidráulicos que se encargarían del trabajo”.

Una vez que estuvieron de acuerdo en cómo se haría, el primer paso fue excavar por debajo del rancho para deslizar tres vigas de hormigón y poner críquets hidráulicos debajo de las vigas para levantarlo. Hubo que apuntalarlo con tacos, nivelándolo a ojo, para evitar que las paredes se rajaran. Después, lo alzaron un metro y medio y colocaron debajo del carretón, especialmente construido para desplazarlo. Así llegó a pesar 140 toneladas. Y el peso duplicó el trayecto: 30 km por camino de tierra y otros 30 por asfalto para evitar un frágil puente de madera que ya no existe. Cuando por fin arribó a la esquina donde hoy se encuentra, las vigas quedaron enterradas y se convirtieron en cimientos.

Actualidad

Hoy, el rancho guarda dos uniformes de los Colorados del Monte, peones devenidos milicianos que acompañaron a Rosas en su primera expedición al desierto en 1833, un puñado de tierra del saladero de Las Higueritas, también propiedad del Restaurador, marcas de yerra y fotocopias de manuscritos donde se aprecia su letra y su firma, y una divisa punzó que grita desde el fondo de la historia “¡Vivan los Federales! ¡Mueran los salvajes asquerosos unitarios!”. Hombres, mujeres y caballos estaban obligados a lucirla. Y si alguna dama caprichosa se rebelaba… los mazorqueros buscaban un poco de brea y le pegaban la divisa al cabello.

Justo al lado, el Museo Guardia del Monte ofrece un interesante contrapunto al rancho: sus piezas, donadas por familias de la zona, trazan una línea de tiempo que abarca desde la construcción de los fortines hasta los años 70. Inaugurado en 2001, hay cartas de personajes ilustres, una foto autografiada de Perón, capelinas y bombines, cajitas de porcelana china, victrolas, tocadiscos portátiles, grabadores de cinta y hasta una réplica del sable corvo sanmartiniano… con un rulemán adosado a la punta de la vaina para evitar que rozara el suelo.

Como llegar

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