La concepción indiana, consistente en la división de la manzana en cuartos, se mantuvo, a través de los instrumentos legales, hasta bien entrado el siglo XIX, pues aún la Ley de Ejidos de 1870 admitía el cuarto de manzana como dimensión máxima. Con esta división era característico que se consolidaran las esquinas, con construcciones dedicadas mayoritariamente a viviendas.
En sus orígenes, los gobiernos vendían estos generosos solares a efectos de favorecer el asentamiento de nuevos habitantes en los incipientes poblados. La vivienda original que da origen al emprendimiento conocido como Mercadillo de las Luces, como vemos, no casualmente ocupa una esquina. Aquí, y en tantas otras esquinas de la ciudad, se verifica la forma más extendida de construir, de implantarse en los solares.
El 14 de diciembre de 1821, Bernardino Rivadavia, a través del decreto “Edificios y calles de las ciudades y pueblos” dictaminó que las construcciones porteñas debían ceder un triángulo de su terreno para mejorar la visibilidad en los cruces de calles. Es decir, tuvieron que construir una ochava que los españoles llamaban chaflán y que para entonces era una moda bien europea.
La verdad es que Rivadavia, que en ese momento era ministro del gobernador Martín Rodríguez, sabía que los chanfles podían evitar choques, pero lo que realmente le preocupaba eran “los atracos a transeúntes, frecuentes en las esquinas sin ochavas, en las que el asaltante aparece de sorpresa”, que abundaban en aquella época.
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