En el libro dedicado a del Carril lo describen de la siguiente manera:

     “La alcurnia de su estirpe, forjada en la firme custodia de los principios morales que otorgan jerarquía a la existencia y en los honrosos servicios que prestaron a la patria sus ilustres antepasados, gravitó en la vida de este caballero, cuya noble trayectoria, signada por el mandato de sus mayores y jalonada con beneméritas obras, perdurará por su fecundidad y se certero rumbo.

     Nacido en la esta ciudad (Buenos Aires) el 1° de mayo de 1884 y recibido de médico en 1908, consagróse a la ciencia, a la pediatría y a la puericultura, con la pasión de una profundidad vocacional que, afirmada en severos estudios, en permanente atención al constante progreso de la medicina y por la fortaleza y la generosidad de su corazón cristiano, fue honda vocación y abnegado sacerdocio. En su consultorio, en hospitales, en los hogares, fue siempre el doctor que sabía llegar al alma del niño, cuya auscultación es también imprescindible, pues ayuda mucho a curar la difuminación de recelos para que florezca en el expectante rostro la sonrisa. La severa formación científica, acrecentada en Europa, en prestigiosas clínicas, junto a grandes maestros de Francia y Alemania, estaba ayuna de vanos gestos, pues era un auténtico caballero, de elegancia espiritual, que sabía bien el valor de la auténtica fuerza, que no está en el empaque, sino en la reciura moral. Profesor, miembro de prestigiosas instituciones médicas internacionales, autor de obras consideradas de consulta, hermano Mayor de la Archicofradía del Santísimo Sacramento y de otras asociaciones y entidades de elevada inspiración y nobles finalidades, la vida y la obra del doctor del Carril fueron perfectamente perfiladas, al ser incorporado a la Academia Nacional de Medicina, en el año 1945, por el Dr. Mariano R. Castex en el discurso de recepción, basado en esta trilogía definitiva: aristocracia, inteligencia y virtud.”

(La Nación, 20 de septiembre de 1952)